viernes, 25 de diciembre de 2009

RAZONES CIUDADANAS – Por José Omar Telmo

Reflexiones basadas en 1º Juan

¿Con qué propósito Dios dispuso que se escribiera La Biblia? ¿Para qué se escribió? O podemos preguntarnos también ¿para qué la leemos?

Hacemos bien en preguntarnos estas cosas. Como creyentes es correcto inquirir acerca de nuestra fe. Esto no es lo mismo que dudar sino que significa encontrar plena satisfacción intelectual en nuestra creencia en Dios y Su Revelación. Para que seamos buenos ciudadanos de la Patria Celestial.

En la Primera Epístola de Juan encontramos tres razones por las cuales fueron escritas Las Sagradas Escrituras. Leamos los siguientes versículos: 1:4, 2:1 y 5:13. Esas razones conllevan la idea de beneficio para nosotros, los que creemos.. Es decir, fueron escritas para nuestra edificación personal (Romanos 15:4). Si estudiamos esta carta seguramente encontraremos más cosas pero en estas reflexiones nos detendremos sólo en los textos mencionados.

El creyente en Cristo recibe la vida de Dios. Recibimos una vida que antes no teníamos y por ende, no sabemos como vivirla. Esta vida se muestra de varias formas muy concretas. De esto trata la carta, de los hijos de Dios y las evidencias de tal identidad. Para el apóstol Juan, una persona es un hijo de Dios o no lo es; no hay una posición intermedia. De allí que el apóstol sea un tan extremista en sus afirmaciones.

En estas tres meditaciones consideraremos tres cosas que tenemos como hijos de Dios:

1- Un derecho: el gozo de la comunión (1:4)

2- Un deber: la santidad de vida (2:1)

3- Una garantía: la certeza de la salvación (5:13)



UN DERECHO: EL GOZO DE LA COMUNIÓN

“Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.” (1 Juan 1:4)

La comunión cristiana es más que coexistir con otros, más que convivir. Es compartir íntimamente. La comunión es tener algo en común con otros, es participar en compañerismo con otros en cosas comunes. Es una relación de dar y recibir continuamente.

La comunión cristiana tiene estas características: su fuente, su objeto y su centro se hallan en CRISTO (vs.1-3). El es el Eterno Dios que tomó forma humana. No vemos físicamente al Señor, pero podemos tener comunión con Él. Esto nos enseña el pasaje.

Cristo se manifestó para que entremos en comunión con el Padre por su intermedio y con la asistencia del Espíritu Santo.

La plenitud de nuestra comunión se ve en que es con la Trinidad y con nuestros hermanos. Nuestra comunión es vertical (con Dios) y horizontal (con los hermanos). No hay tal cosa como el individualismo cristiano porque la comunión implica otros, en el corazón, en el cielo y en la tierra. Tampoco hay tal cosa como comunión con los no creyentes. Decididamente en lo esencial no hay nada en participación con ellos: sus motivaciones, métodos y metas son absolutamente diferentes ya que no hay nacido de nuevo.

El saber estas cosas nos protegen de enseñanzas erróneas y de prácticas malsanas. Por un lado nos libran de mentiras pero por otro, nos permite unirnos a los testigos oculares del Señor Jesús. Ahora somos uno en Él.

Sólo el verdadero creyente que practica esta clase de comunión obtiene el gozo auténtico, la alegría verdadera, la dicha que sobrepuja todo sufrimiento. Es más, puede profundizar en ello sin riesgo ninguno. Es una de las cosas que Cristo no concede como hijos de Dios, al confesarle como único y suficiente Salvador.

Permíteme decirlo otra vez: si eres hijo de Dios tienes este derecho (Juan 1:12). Juan te escribió para que lo uses. Vive la realidad de tu comunión con Dios. Entonces encontrarás el verdadero gozo.



UN DEBER: LA SANTIDAD DE VIDA

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis, y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.” (1 Juan 2:1)

El verdadero cristiano no tiene por habitualidad practicar el pecado pero es cierto que nunca en su vida se liberará totalmente de él. Esto no es impecabilidad sino santidad.

La santidad como creyentes implica que reconozcamos la realidad del pecado, luchar con él y vencerlo, decir no. El pecado es algo evitable pero no olvidemos que somos frágiles y que Satanás es poderoso. Y que hay un traidor adentro: la vieja naturaleza heredada como miembros de una raza caída en el pecado.

La comunión con Dios no exige ser impecables sino que todos nuestros pecados sean sacados de su presencia, esto es, confesados y abandonados. Esto impone que seamos abiertos y honestos. Dios es santo, debemos serlo también. A eso Dios nos convoca y nos capacita. Pero esta comunión se interrumpe cuando cometemos algún pecado, cuando dejamos de hacer lo que sabemos es correcto. Y cuando peco, necesito ayuda importante. Juan nos dice que tenemos alguien que puede auxiliarnos: Jesucristo, el Hijo de Dios. El es nuestro Abogado, quien habla a nuestro favor delante de Dios, sale en nuestra defensa, atiende nuestra causa.

De allí aprendemos que el pecado en nuestra vida no es cosa liviana, no es un asunto fácil de resolver, que necesitamos ayuda. La Biblia nos enseña que cuando pecamos nuestra situación se vuelve complicada, que el pecado en el creyente es algo grave, que es imposible resolverlo sin ayuda divina.

El pecado corta mi comunión con Dios, pero no termina mi relación de hijo de Dios. Entristece mi alma, me quita el gozo, arruina la dirección de Dios en mi vida y me pone en riesgo espiritual. Pero aún así por la gracia de Dios y la perfecta obra de Jesucristo en la Cruz, sigo siendo un hijo de Dios. Sólo que ahora hay que resolver urgentemente a través de la confesión y abandono el pecado que hubiéremos cometido. Somos llamados a vivir en santidad.

No lo olvidemos: Jesucristo es nuestro Abogado en el cielo, nuestro intercesor ante el Padre.



UNA GARANTÍA: LA CERTEZA DE LA SALVACIÓN

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.” (1 Juan 5:13)

El apóstol Juan nos escribe para darnos seguridad como creyentes, para hacernos saber que tenemos vida eterna, vida de Dios. Al igual que Juan 20:31. Allí era para evangelizar a sus lectores, aquí para edificarlos.

“Estas cosas os he escrito” quiere decir todo lo que contiene la carta. Los que creen, tienen. ¡Qué garantía! Ver Juan 20:29.

Esto no es para presumir o alardear, no es para volver a pecar, total ya soy salvo. No. Nada eso. Nos escribe para que sigamos confiando en el Señor, para que sigamos creciendo en nuestra comunión con Dios, para que sigamos abundando en el servicio a Su Nombre.

¿Tenemos dudas? ¿Estamos atravesando alguna prueba? Esto se ha escrito para que sepamos que tenemos vida eterna, que Dios es nuestro Padre para siempre. Para que tengamos certeza a pesar de que otros digan lo contrario o nuestras emociones nos traicionen. Se ha escrito para tengamos un conocimiento seguro de nuestra situación ante Dios.

Quiero ser claro: Una cosa es que tu salvación es segura, que nada hará que te puedas perder la vida eterna. Otra es que tengas certidumbre al respecto, de que te sientas seguro de ello. La Palabra de Dios nos da la certeza de la seguridad de nuestra salvación.

Pero ¿habrá alguien que todavía no ha confiado en Jesucristo como su único y suficiente Salvador personal? Al tal le invitamos a leer en Juan 1:12 y 1º Juan 3:23. Solamente en el Señor Jesús hay salvación, y una salvación plena.

Tengamos presente esta verdad eterna: nuestra salvación depende de Dios.

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