miércoles, 11 de agosto de 2010

JEREMIAS – LA CRISIS DEL LLAMADO - Por José Omar Telmo

Los días en que Dios llamó a su profeta, fueron de mucho pecado y apostasía, el equilibrio entre las naciones era inestable y los siervos de Dios eran minoría solitaria. Similarmente ocurre hoy.

Hace falta un hombre o mujer especial para semejante ocasión, y Dios lo tuvo y lo tiene preparado siempre. La vocación para el servicio de Dios no previene de nuestra capacidad innata o de nuestra simpatía por los planes divinos, tampoco por que yo elijo servir a Dios. Viene por una profunda crisis espiritual a la que Dios nos introduce. Es cuando caemos a sus pies con el corazón quebrantado cuando estamos listos para que Él nos emplee en su servicio. No hay otro método más que ése, experimentar la crisis en nuestra conciencia tocante a la majestuosa realidad de su llamado, a la crisis de nuestra lucha interior y la voluntad cede. Cuando no soporta más y confiesa que Dios ha vencido, ahora sólo quiero vivir para Dios, servirle en lo que Él disponga. Lo que Dios diga, estará bien.

Con frecuencia Dios elige instrumentos inesperados para su obra. Ese fue el caso de Jeremías. Dios lo designó para que fuese su portavoz en un tiempo muy difícil para la nación. Jeremías estaba destinado a sufrir la incomprensión desde el principio y durante toda su vida. Una lucha interior fue una marca constante en su vida, lo mismo el padecimiento permanentemente de amenazas externas.

Siendo un joven tímido y sensible, se sintió abrumado por el llamado divino, ya que le pareció una misión imposible. Encontró algunas excusas para tratar de librarse: su juventud, su falta de experiencia, su escasa elocuencia. Pero Dios se mantuvo firme (Jeremías 1:7-8). Quiso eludir el llamado y casi pronuncia el “gran rechazo”. Se resiste a cumplir una tarea que le disgustaba tanto (Jeremías 15:10). No era orador y retrocedía ante la idea de llevar un mensaje negativo a un pueblo tan indisciplinado. Es cierto, nos gusta llevar buenas noticias pero tener que llevar las malas nos resulta muy desagradable. En el fondo, tenemos miedo a la gente. Pero confiemos, La Palabra de Dios está siempre por encima de la opinión de las personas.

Peor volvamos a Jeremías. Manifestó una actitud reacia pero Dios sabe como vencer tal inseguridad: hizo que el joven tomara conciencia del llamado divino, le hizo ver que la tarea para la cual había sido llamado no era suya sino de Dios (Jeremías 1:9). He aquí, uno de los grandes secretos de la vida de servicio: la obra no es nuestra sino de Dios. Cuando Dios nos pide que hagamos algo, nos capacita para ello. Cuando nos capacita para hacer algo, nos pide que lo hagamos. No necesitamos otras armas que las promesas de Dios. Nuestra esperanza no depende de las circunstancias ni de nuestros sentimientos, sino del carácter de Dios. Sólo Él basta.

Dios tiene un plan para cada uno de los suyos en el campo de su inmensa obra (Jeremías 16:1-2, Efesios 2:10). La clave está en saber esperar y confiar en Dios. Recordemos siempre que la senda del deber es la senda de la segura bendición.

Pero Dios sabe a quien llama: la fe de Jeremías era real. Eso es lo que cuenta. Si bien era cándido y gentil en su carácter, era apasionado y valiente en su fe. Su honestidad no lo dejaría ser sobornado jamás, sus profundas emociones no darían lugar a una cruda resignación de juicio. Se mantuvo firme y consagrado a su labor. Fue un profeta a las naciones por 40 años. ¿Cómo logró esto?

La buena mano de Dios estuvo sobre él (Jeremías 1:9). La Palabra del Señor es un poder que lleva a cabo su voluntad y logra lo que se propone (Isaías 55:11; Hebreos 4:12): Es un martillo que rompe las piedras, es un fuego que todo lo consume (Jeremías 23:29). Lo único realmente valioso de la vida es el conocimiento de Dios. Nunca sabremos más de Dios que lo que sepamos de Su Palabra. Y esa Palabra actúa de dos formas: construye –da vida abundante; o destruye –acarrea condenación (Juan 3:36). No hay término medio.

Como cierre a una nuestra meditación referida al servicio y que nos sirva de exhortación, repasamos algunas características de Jeremías a imitar:
1- Su profunda franqueza personal. Solía luchar con Dios para asegurarse de qué mensaje dar al pueblo en cada ocasión (15:17-19; 20:7).
2- Su coraje al llevar sus convicciones a la práctica, sabía lo que tenía que hacer y lo hizo.
3- Su rechazo apasionado a la inmoralidad o espiritualidad errada como la idolatría (capítulos 2-5), injusticia social (5:26-29), falsa profecía (5:30ss). Una justa indignación se apoderaba de su corazón. Tomaba muy en serio el pecado porque tomaba muy en serio la justicia de Dios (18:20ss).
4- Su combinaba sensibilidad por los sufrimientos de su pueblo con la generosidad humana (14:17). Era serio pero no morboso, era enfático pero no obsesivo, era firme pero era cálido.
5- Su esperanza objetiva: no se fundaba en un optimismo fácil sino en la soberanía y la fidelidad de Dios (32:1-44).

Pongámonos en las manos de la gracia de Dios para ser obreros aprobados en su obra.

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