miércoles, 11 de agosto de 2010

LA EVANGELIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA por Samuel O. Libert, 2008

América Latina no es con exactitud un continente homogéneo sino un mosaico de cultura. Por eso es difícil definir al hombre latinoamericano o describir, concretamente, la "cultura latinoamericana". Tal vez podría decirse lo mismo de otras regiones del mundo, Asia, Europa, África… pero aquí se suele hablarse de una identidad latinoamericana que en los hechos es difícil conocer.

Por supuesto, hay algunas semejanzas, determinadas -por ejemplo- por el flujo de la influencia socio-cultural de la tecnología occidental y lo que se ha dado en llamar "la forma de vida occidental y cristiana", expresión que tiene el defecto de ser demasiado confusa, ya que hay diversos occidentalismos y distintos cristianismos.

Lo que nos interesa hacer notar que en América Latina no existe el trasfondo anglosajón que caracteriza a muchos pueblos de Asia y África que permanecieron durante años bajo la dominación Británica. No es raro encontrar a líderes evangélicos asiáticos o africanos que hablan el inglés con toda fluidez desde su infancia, como el segundo idioma de sus propias culturas. Este dominio del idioma inglés entre nuestros líderes era, hasta hace muy poco tiempo, un hecho poco común para los evangélicos latinoamericanos.

Por ello, las misiones anglosajonas tenían en sus redes de EE.UU. o Gran Bretaña un muy escaso contacto con el liderazgo evangélico de los países latinoamericanos (me refiero a los líderes latinos), ya que éstos no conocían suficientemente el inglés como para comunicarse verbalmente o por escrito. De ahí que, en general, tales misiones sólo disponían de la información suministrada por sus propios misioneros que, como es obvio, tenían su óptica personal para describir y juzgar las cosas.

Así, pues, la insuficiencia de la comunicación causó una distorsión de la imagen de América Latina. Algunas grandes instituciones misioneras tenían poca o ninguna noticia de la riqueza cultural de este continente y no de pocas veces se sorprendían al descubrir que prominentes líderes evangélicos de las pasadas generaciones (y aún de la presente) eran incapaces de hablar en inglés, cuando millares de pastores de la India, o de Kenya, o de Liberia, o de Nigeria, etc., podían hacerlo con facilidad.

Inconscientemente (aunque no en forma deliberada) el hombre latinoamericano pasó a formar una "segunda clase", y muchas veces fue "hombre mudo" en los comités y congresos internacionales, como un ser aparentemente inepto para el diálogo. Así muchas veces ocurría que los misioneros eran los únicos portavoces del pueblo evangélico latinoamericano en ese tipo de actividades.

Como consecuencia de ello también por otras causas suficientemente expuestas por Samuel Escobar, René Padilla y otros en el congreso de Lausana, los organismos misioneros no consultaron el criterio de las iglesias latinoamericanas en cuanto a la evangelización, salvo muy contadas excepciones. Por su parte, como acabo de señalar, los líderes nacionales tenían grandes dificultades para expresarse en inglés y presentar o explicar sus puntos de vista en un diálogo realista con las juntas misioneras (Brasil y algunos países centroamericanos trataron de solucionar el problema enviando a Estados Unidos a sus mejores jóvenes, para que estudiaran en seminarios donde también aprendieran a hablar inglés fluidamente: el éxito fue relativo).

Estos hechos sumados a la autosuficiencia de algunas juntas misioneras, agravaron un largo proceso de incomunicación que llevó a aplicar en América Latina métodos uniformes de evangelización cuyas técnicas eran idénticas a las de las iglesias en los países de origen. Martyn Lloyd-Jones ha dicho muy bien que, que en la década del 1820, se produjo en Estados Unidos un cambio muy sutil y muy desafortunado. El énfasis de Azael Nettleton en avivamiento (como una visitación especial del Espíritu Santo que fructifica espontáneamente en millares de conversiones) fue cambiado por el énfasis de Carlos G. Finney en la evangelización. Esto, por supuesto, no es un juicio en contra de Finney, sino una alusión al proceso histórico que dio origen a la situación actual. Cuando las cosas no andan bien, dice Lloyd-Jones, tenemos ahora dos alternativas:

1- La forma antigua de llamar a la oración y el ayuno y pedir que Dios visite a su pueblo con poder.

2- La fórmula moderna de invitar a un gran evangelista y organizar una importante campaña, pidiendo al Señor que bendiga todo lo que vamos a hacer. Lloyd-Jones dice que él pertenece a los que eligen la primera alternativa.

Cualquiera sea nuestra opinión, el caso es que el sistema de campañas evangelísticas fue promovido y enseñado sistemáticamente en América Latina, casi hasta el punto de su sacralización. Paralelamente también se "canonizó" un método de evangelización llamado "obra personal" (muy distinto a lo que hoy denominamos "discipulado"), con manuales de preguntas y respuestas e instrucciones técnicas cuidadosamente elaboradas, casi siempre traducidas literalmente del Inglés, o redactadas por autores latinoamericanos que, sin proponérselo expresamente, imitaban inconscientemente los materiales importados sin mayores intentos de adaptación. Por supuesto esa tarea dio frutos pero el crecimiento de las iglesias evangélicas latinoamericanas fue lento.

Al mismo tiempo, el turista latinoamericano que viajaba a EE.UU. visitaba allí algunas iglesias evangélicas y comprobaba que, en general, su propia iglesia local en America Latina era una reproducción -en miniatura- de aquellas grandes iglesias anglosajonas, con su misma estructura, su mismo programa, su misma liturgia y sus mismos métodos.

Por todo ello, no fue extraño que también las ideas y técnicas del evangelismo masivo hayan sido rápidamente trasplantadas a América Latina. Aquí hago un brevísimo paréntesis para aclarar que no estoy en contra de la evangelización de multitudes. Sólo quiero hacer notar:

1- con muy escasas excepciones, los esfuerzos evangelísticos en nuestros países no han tenido muy en cuenta las características propias de las diversas culturas latinoamericanas. En cambio, han conservado modalidades típicamente anglosajonas;

2- todo lo que se ha hacho en materia de evangelización masiva durante las recientes décadas, no ha mejorado la condición espiritual -en general- de las iglesias en América Latina. Estas conclusiones han sido corroboradas por las investigaciones recientemente efectuadas en la Argentina por grupos de estudio vinculados a la próxima consulta sobre Evangelización Mundial que se realizará en Tailandia en junio del corriente año (cuando esto se publica estamos a la puerta de Lausana III: Ciudad del Cabo 2010). De todos los modos, es justo reconocer que las campañas masivas agregaron millares de miembros a las iglesias latinoamericanas.

Como Uds. se dan cuenta, nuestro propósito -conforme al tema de esta ponencia- no es sugerir soluciones sino describir la situación actual y algunas de sus causas.

En cuanto a crecimiento, llama la atención el caso excepcional de las iglesias pentecostales.

No es mi propósito analizar en esta exposición el por qué de ese extraordinario fenómeno (considerado por Pedro Wagner en su difundido libro: "¡Cuidado!, ahí vienen los pentecostales"), pero sí pretendo destacar que, después de una etapa de exploración y adaptación, ellos fueron de los primeros en adaptarse a las mentalidades latinoamericanas propias de cada región, usar nuestra música vernácula y emplear en las reuniones instrumentos tan populares como la guitarra, cuyo solo nombre espantaba entonces a los conspicuos líderes de otras denominaciones.

Aunque discrepemos con algunas de sus enseñanzas, también debemos reconocer que ellos literalmente dieron suma importancia al papel guiador del Espíritu Santo y poco o ningún valor a los métodos ideados por la tecnocracia evangélica. Tuvieron y tienen errores; pero, aun eliminando a millares de miembros de mal testimonio, sus iglesias -multifacéticas- reúnen al mayor número de creyentes de América Latina, demuestran un vigoroso celo evangelístico (aunque no aprobemos sus "campañas de sanidad") y no cesan de abrir obras nuevas.

En tiempos recientes, las nuevas generaciones de evangélicos dieron origen (sobre todo en algunas denominaciones) a diversas reacciones que intentaron modificar el statu-quo. Algunos pidieron una moratoria misionera: otros quisieron hacer acuerdos escritos (¿tratados de "no-agresión"?) con los organismos misioneros, declarando los derechos y obligaciones recíprocas; otros se inclinaron hacia las actitudes radicales, la teología de la violencia, etc.; otros exhibieron la militancia política de la Iglesia de Cristo, etc. Este cuadro, también comentado -en parte por Pedro Wagner en su discutido libro sobre Teología Latinoamericana, aun subsiste en nuestros días. A ello hay que sumar el otro lado del espectro, que abarca desde los medianamente conservadores hasta los más obstinados ultrafundamentalistas.

Como es lógico, los estilos evangélicos en América Latina mucho dependen de la posición adoptada por las distintas iglesias, o por sus líderes. Sin detenernos en el triste caso de los enfrentamientos personales, es pintoresco ver, por ejemplo, como difiere la actitud de cada denominación -y de cada iglesia local cuando tiene que definirse en relación con una de las llamadas "cruzada unidas".

Todo este cuadro se complica seriamente a causa de la intranquilidad social, política y económica que amenaza convertir a nuestro continente en un sangriento campo de batalla, como lo demuestran algunos acontecimientos que todos tenemos muy presentes. Tampoco hay que olvidar la infiltración ideológica en nuestras iglesias, tarea que se cumple con ingenio y destreza, ante la ingenuidad de gran parte de nuestra gente.

Nos damos cuenta, pues de la necesidad de buscar o aplicar métodos evangelísticos más acordes con nuestra realidad y –sobre todo- más armoniosos con la Palabra de Dios, sin que ello implique descartar las técnicas tradicionales.

Varias organizaciones para eclesiásticas que intentan sustituir a las misiones denominacionales y aun a las iglesias en esta investigación o, al menos, procuran ayudarlas en esta labor. Pero, a su vez, esos grupos a denominacionales tienen sus propias ideas sobre la evangelización y es frecuente que discrepen entre sí en cuanto a técnicas y otros aspectos. Eso confunde a las iglesias. Muchas veces algunas aparentes coincidencias de diluyen en el terreno de los hechos. Otras veces los planes, al ser cumplidos, no satisfacen las expectativas, o los frutos se diluyen en pocos meses.
Es un axioma que la verdad sólo lleva abundante fruto si es sembrada en la buena tierra. En mi opinión, tan sólo la iglesia local sabe dónde está la buena tierra. También ella es la que mejor puede limpiar, de otros suelos, las piedras y los espinos que obstaculizan el desarrollo. El auténtico crecimiento, pues, ocurre únicamente donde se dan las condiciones para crecer.

Finalmente, para completar este panorama a vuelo de pájaro, resta señalar el error de los que pretenden utilizar el Evangelio al servicio de algunos movimientos revolucionarios y otros fenómenos políticos. La misión de la iglesia no es crear una cultura cristiana, una sociedad o una civilización cristiana, sino –con toda lealtad a la Palabra revelada- anunciar el colapso de este mundo y gritar "sed salvos de la ira venidera". Nos aflige ver de qué manera malogran sus ministerios y sus oportunidades los que han perdido de vista la trascendencia de la verdadera misión de la iglesia.

En América Latina se pierde mucho tiempo en debates estériles. Reflexionamos sobre los pobres, pero nos olvidamos del pobre concreto que está aquí y ahora, a nuestro lado. "a los pobres es anunciado el evangelio", dijo Jesús, pero dudamos de la eficacia del neo-evangelio de los profetas contemporáneos que ocasionalmente ocupan algunos púlpitos.

Sin juzgar su buena intención, los vemos muy dispuestos a luchar (desde sus tribunas) en favor de la salvación de los pobres amenazados por el infierno de la opresión humana -actitud muy loable-, pero poco o nada interesante en salvarlos del infierno eterno. Es cierto que la iglesia está bíblicamente obligada a denunciar la injusticia social y toda forma de opresión del hombre por el hombre. Pero jamás al precio de marginar su vocación suprema.

(La ponencia se completó mediante un diálogo con los asistentes al coloquio, que duró varias horas.)

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