martes, 6 de septiembre de 2011

LECCIONES DE UN DESACUERDO por José O. Telmo

Lectura Bíblica: Hechos 15:36-41

Una acalorada discusión entre dos grandes consiervos retumbó en el ámbito de la iglesia primitiva, dejando un triste y preocupante eco. Fue el preludio de muchos otros a lo largo de la historia cristiana. Pero el hecho que haya ocurrido no nos autoriza a repetirlo. Y cuando aparecen tales dificultades, éste antecedente nos invita a solucionarlo de manera bíblica.

El caso: su presentación
Las necesidades espirituales (enseñanza, consejo, exhortación, etc.) de las recién fundadas iglesias en Asia Menor estaban en la mente y en las oraciones de Pablo y Bernabé; ¡porque una vez misionero, misionero para siempre!
Pero el giro de los acontecimientos fue inesperado. Una loable preocupación dio paso a una encendida discusión. El desacuerdo entre Pablo y Bernabé para llevar a Juan Marcos en un nuevo viaje misionero fue tan grave que produjo una distanciación entre ellos (15:39). Sabemos que la renuencia de Pablo tuvo su origen en la decisión de Marcos de abandonarlos en el primer viaje, aunque posiblemente tuvo otras razones carecemos de evidencias objetivas acerca de cuáles pudieran ser. Tal vez Lucas no agrega más detalles porque al escribir aún vivían los protagonistas y eran líderes entre las iglesias. Sólo se atiene a contar los sucesos y deja la interpretación al lector. Pero cualesquiera fuera la tensión producida, no se intuye animosidad o resquemor en ninguno de los misioneros. Sí un “celo vivo” por la cosas del Señor.
El caso: sus réplicas
Tristemente la historia cristiana registra numerosas divisiones similares. Las causas son variadas: denominacionales, culturales, comunicacionales, doctrinales, eclesiásticas o administrativas, funcionales, personales, etc. Las justificaciones que se dan son muchas, sacrificando no sólo la verdad sino también la unidad y el testimonio, chocando con la oración del Señor (Jn.17:22). Vemos con pesar más separaciones que actos de unificación. Los acuerdos cuestan años de ajuste pero los cismas ocurren con inusitada rapidez. Pero es aún más desolador ver que en muchos casos, las controversias no obedecen a razones doctrinales sino a conflictos personales.
Al decir personales queremos indicar malinterpretaciones de gestos o dichos de otros, señalar la fuerza de la tradición local por encima de los principios bíblicos, una percepción acotada del proceder de Dios, carencia de fe en el poder y sabiduría divina para las cuestiones de la obra, visión estrecha para desarrollar esfuerzos evangelísticos, pero aún y más grave, defectos personales como caprichos o gustos, mal carácter, ambiciones non sanctas, ignorancia no confesada. Podríamos seguir con la lista pero ésta es suficiente para ilustrar el punto.
El famoso choque entre Pablo y Bernabé se enmarcaría en lo que vinimos afirmando. Pablo le debía mucho a Bernabé (9:2; 11:25-26), siendo un pastor nato dado que fue llamado el “hijo de consolación” (4:36). A su vez, Bernabé dependía de Pablo para dirigir, predicar, enseñar y exhortar. Bernabé sabía que Pablo tenía una gran visión espiritual y le respetaba por los valores que sustentaba. Pero ambos eran humanos. Permitieron que el enojo interrumpiera una amistad y que la amargura fuera causa de división. El río se salió del cause y su desborde trajo mucho malestar. No obstante lo cual, Dios tuvo cuidado y en su providencia usa este suceso para el progreso del evangelio: ahora salen dos equipos misioneros en vez de uno.
Sabemos que posteriormente la dificultad presentada se superó felizmente. No sólo hubo reconciliación mutua sino aún recomendación paulina de Marcos a la iglesia en Colosas (Col.4:10). Pablo valoró mucho el ministerio de Marcos de manera que lo solicita junto a él (2Tim.4:11). Asimismo Pedro lo llama su hijo (1Pdr.5:13). Y todo indica que Marcos escribió el Evangelio que lleva ese nombre.
El caso: sus aplicaciones
Una clara evidencia de nuestro servicio a Dios es un sentimiento honesto por las necesidades de los hermanos a quienes nos toca asistir (Prov.27:23). Por un lado, asumir responsabilidad por su salud espiritual es un imperativo ministerial. Lamentablemente nos toca presenciar un creciente profesionalismo de “ministros cristianos” que miran los beneficios personales y cumplen indolentemente sus funciones, sin atender sincera y seriamente a las necesidades de los hermanos. Tal cosa es menospreciable. Por otro, tal responsabilidad debe nacer naturalmente en nuestro corazón. Sólo una apertura consciente y concreta de nuestra parte a la influencia del Espíritu Santo hace surgir ese compromiso. Parece que Marcos falló en este aspecto pero del que Bernabé fue un ejemplo brillante. Pablo quería eso para la obra misionera que encaraba con tanto esfuerzo.
Las relaciones entre quienes trabajamos en la obra serán apropiadas en la medida que nosotros estemos en una buena relación con Dios. ¿Debemos promover la unidad a expensas de la verdad? ¡No! “Cuando la Biblia habla de la unidad de la iglesia, no habla de unidad a expensas de la verdad, sino de unidad basada en la verdad”. Los dos hombres que consideramos amaban a Dios y a la obra de Dios. Tal amor no era mero sentimiento sino algo muy fuerte en ellos, de allí que mostraran tanta firmeza y no cedieran en nada. Debemos aprender a ser personas de amor incondicional y de voluntad firme, pero al mismo tiempo, dóciles en las manos de Dios.
Si bien no son expuestos cronológicamente, brindamos algunos pasos a observar para destrabar conflictos en los que pudiéramos estar involucrados. Cada parte deberemos:
1- no dejar que el paroxismo de un carácter descontrolado nos venza, disponiéndonos a solicitar sinceramente perdón previamente a cualquier acción;
2- abrirnos totalmente ante el Señor en oración para que tome el control de nosotros y de la situación;
3- realizar un autoexamen profundo de los motivos de nuestra reacción, repasar nuestro proceder y sopesar los efectos del conflicto, especialmente si afectan a terceros inocentes;
4- imponernos como principio rector la gloria de Dios, el beneficio de los hermanos y el testimonio ante propios y extraños;
5- confesemos al Señor cuál es la verdadera causa de la discrepancia y, si es sólo subjetiva o de pareceres, seamos lo suficientemente valientes para reconocerlo;
6- buscar instrucción en la Palabra para encontrar una solución al desacuerdo planteado, como también es recomendable el consejo de hermanos espirituales;
7- encarar pacíficamente el problema no tomando como enemigo al otro hermano, para que de forma concreta arribemos a una feliz solución;
8- de resultar necesario, buscar hermanos competentes que actúen como mediadores;
9- obligarnos a estar en paz en lo que a nosotros respecta, lo que no es lo mismo ceder sino proceder sin agresividad, con objetividad y sin extremismos;
10- si nos cuesta ajustarnos a una manera bíblica de actuar, debemos ser honestos con nosotros mismos, y aunque duela, llamarnos al arrepentimiento y dejar a un lado cualquier ministerio que desarrollábamos hasta tanto se produzcan los cambios necesarios.
Si nos toca arbitrar en un desacuerdo, bueno es observar -y hacer cumplir- estas sencillas reglas, exponiendo nuestra opinión de forma inequívoca y sin acepción de personas.
Insistimos: reflexión antes que acción, humillación antes que argumentación, perdón antes que agresión. La aplicación de lo expuesto no implica de por sí la aparición de la solución. Pero del texto aprendemos que si los hermanos son espirituales, la armonía será un disfrute real y el enemigo no habrá sacado ventaja.

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